El 4 de abril, en Cuba toda conmemoramos los aniversarios 62 de la Organización de Pioneros José Martí (OPJM) y 61 de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Y vuelve la alegría de niños y jóvenes a contagiarnos a todos.
Motivos suficientes para festejar tiene la juventud. Se sabe heredera de las mejores tradiciones de luchas de nuestro pueblo. Es esta, una actitud, y una forma de ser que distingue a los cubanos.
No alcanzarían unas cuartillas para recordar el papel de los jóvenes en nuestra historia: La acera del Louvre, el fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina, las gestas libertarias del 68 y el 95, la Protesta de los trece, el Moncada, la Sierra Maestra, la Campaña de alfabetización, Girón, la Crisis de octubre, la zafra del 70, los trabajos voluntarios, las misiones internacionalistas en Angola y en otras tierras del mundo.
La inteligencia y el altruismo para enfrentar el período especial, la presencia cubana en Venezuela, Bolivia, Haiti y otras muchas regiones del planeta donde se requiera a nuestros médicos, educadores y personal de otras esferas de la sociedad.
La electrificación de escuelas rurales, las múltiples tareas encomendadas por Fidel a los trabajadores sociales y a los muchachos y muchachas de la FEU, son auténticos ejemplos del protagonismo de nuestra juventud. Y si se quiere nombrar una historia más reciente está el protagonismo y rol esencial en las tareas de recuperación de los amplios daños ocasionados por los huracanes yel enfrentamiento a la pandemia de la Covid 19.
El legado de Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramante, José Martí, Antonio Maceo, Máximo Gómez, Villena, Trejo, Pablo de la Torriente Brau, Camilo, Frank País, José Antonio, Mella, el Che, Fidel, y muchos otros está en cada uno de sus actos.
Los cubanos hemos resistido más de seis décadas un cruel e injustificado bloqueo que nos impone múltiples privaciones, pero poseemos una gran riqueza: la dignidad.
Los jóvenes cubanos son entusiastas, patriotas, inteligentes, cada vez más cultos, humanitarios, jaraneros y profundos.
Se les ve ascender al Pico Turquino para honrar al Maestro, y luego, exhaustos pero alegres, mirar las estrellas mientras cantan una canción de Silvio que ya no podrán olvidar.
Una joven madre deja a su pequeña criatura en casa con la abuela para ir a la guardia, como antes lo hiciera mamá para reclamar en tribuna el regreso de Elián.
A diario cientos de manos militantes y anónimas dan su aporte en cañaverales o en cafetales, en industrias y centros productivos y de servicio por un Guantánamo mejor.
Es cierto que algunos ya no están, se marcharon y nunca más volverán a entender nuestros himnos, cantos y esperanzas, pero muchos enfrentaron con hidalguía los años más duros del Período especial, y rieron y gritaron ¡Sí por Cuba!, mientras calzando unos zapaticos con suela de cámara de carro, marcaban en una cola para comprar hamburguesas. Como otros lo hacen ahora enfrentando otros cantos de sirenas y una despiadada guerra mediática que intenta torcer nuestro camino.
Hoy, en especial, recuerdo a Roly, el mejor alumno de mi año, al que muchos conocían no sólo por sus conocimientos, sino también por aquel pitusa en el que, cual símbolo de resistencia, no había lugar para colocar una etiqueta más.
Y es que la calidad humana es el mayor orgullo de la Patria, y muy en alto está hoy la palabra deber, la cual muchas veces nos separa de los seres queridos, enrumbándonos en importantes misiones.
Así es la juventud cubana de hoy, una generación que se enorgullece de su principal riqueza: la de ser digna.
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